GRAMÁTICA MUSEOLÓGICA
- Ricardo Rubiales / Museo del Palacio de Bellas
- 9 jul 2016
- 4 Min. de lectura
Una de las primeras reflexiones sobre museología fueron los tratados de Samuel von Quicheberg en que proponían un espacio (o un texto) donde el universo entero podría ser reunido y analizado. Esta idea, que con el tiempo fue enriquecida por muchos autores fue semilla de los gabinetes de curiosidades y maravillas.
Pero hay algo en dicha idea que subraya un elemento clave del museo como proyecto cultural: el lenguaje museográfico. La idea de comparar al museo con un texto implicaba dos gramáticas; la textual y la objetual. La segunda propia del lenguaje museográfico: escribir con objetos y ambientes.
Creemos que brindar atención a las cualidades estéticas de objetos y ambientes que nos rodean es una antigua y profunda aspiración de nuestra especie y constituye en cuanto al aprendizaje una necesidad primaria (Vechi, 2005).
Consideramos que en el contexto de los museos se utiliza primeramente el lenguaje museográfico como un medio de comunicación. Y es, este lenguaje de objetos, espacios, ambientes e incluso sonidos definitivamente humano en su imprenta y lectura. El espacio como tal puede permitir o prohibir, invitar o censurar, bloquear o participar en los procesos de aprendizaje.
Entonces el espacio museal se define como un lugar donde múltiples dimensiones coexisten, incluso algunas opuestas. Es un ambiente híbrido donde el espacio se moldea por las relaciones que se forman en su interior. Es entonces, construido por la fusión de polos opuestos (dentro y fuera, formalidad y flexibilidad, material e inmaterial) lo que crea ricas y complejas condiciones (Domus Academy, 2009).
Es responsivo y transformable, permite diferentes formas de habitar. Es como un organismo vivo que requiere cambiar y crecer en línea con los proyectos culturales de aquellos que lo habitan, mientras mantiene las características genéticas del proyecto de diseño. Propone una urdimbre rica en información, sin reglas formales. En el espacio la cualidad estética depende (también) de la cualidad de las conexiones. Eso que la propuesta Reggio Emilia denomina: la estética de las relaciones (Domus Academy, 2009).

El lenguaje museográfico se expresa sobre precisos conceptos culturales y profundas raíces biológicas. El lenguaje del espacio es condicionante; su código no siempre explícito y reconocible. Además es percibido e interpretado por los seres humanos desde muy corta edad.
Cuando hablamos de espacio de relaciones nos referimos a un espacio integrado donde las cualidades no son necesariamente estéticas sino más cercanas a conceptos performaticos. Son procesos de ver, leer e interpretar la realidad (Rinaldi, 2006). Estas relaciones no resultan de un único proyecto sino de una estratificación de muchos proyectos, actividades y relaciones que incluso pueden ser opuestas. Así, este espacio de aprendizaje no es un laboratorio aislado situado en medio de la complejidad del museo, sino un lugar donde esa complejidad y la de la sociedad misma se convierte en una experiencia formativa.
El espacio museográfico entonces es una superficie reflejante que reenvia al protagonista y protagonistas las huellas de su propio actuar, fomenta el acto de compartir; el cómo se esta conociendo (Vechi, 2013).
Cuando las personas participan en el proceso de estar en estos espacios que diseñamos a partir del lenguaje museográfico, y adentrarse en una propuesta de inmersión, conversar con otros sobre lo que se ve, se siente y se dice; celebran la diversidad. Una de las grandes lecciones de la educación artística se centra en las múltiples formas de ver e interpretar el mundo (Uhrmacher & Matthews, 2005). Presentar contrastes, contrarios y polos opuestos es parte de esta riqueza que nos permitirá construir diálogos sobre las diferencias. Enseñar desde la diferencia (Gardner, 1987) promueve tomar una postura o realizar un argumento y construir una interpretación personal que se sostiene en una explicación personal que se comparte con otros y que se reconoce como una opción a la que damos valor. Entonces, los participantes se encuentran con nuevas miradas, aprenden a observar desde otras perspectivas y cambiarse “el sombrero” ante diferentes circunstancias.
Es posible que en este espacio diseñado desde el museo, la sensibilidad estética pueda ser percibida y forme parte del devenir de la experiencia del museo. Un lugar en el cuál, como muchos pensadores y filósofos nos recuerdan, la aspiración de la belleza se reconoce como un fin y actúa como un puente que permite relaciones más profundas con objetos, colores, texturas y materiales (Rinaldi, 2006).
Entonces en estos entornos buscamos crear ambientes multisensoriales, cálidos y accesibles, con el fin de acercar a las personas que estarán considerando sus estilos y preferencias individuales de aprendizaje. Tanto así que el abanico cromático debe ser diseñado para crear un efecto luminoso agradable y amable, armónico y no estruendoso. El ambiente espacial no se encuentra saturado con el fin de acentuar a los protagonistas: las intervenciones que proponemos, las acciones de las personas y las huellas que esas personas dejan en el mismo espacio.

Entonces en el diseño de los espacios de interacción, al construir la tramoya de la experiencia buscamos motivar a los usuarios la posibilidad de establecer los grupos de procesos y los códigos de la conducta colaborativa, las posibilidades de expresión y reconocer al espacio mismo como significante.
La unicidad de cada cerebro hace del acto de aprendizaje sea individual y original un acto de auto-aprendizaje. Es el individuo por si mismo quien al interactuar con la realidad construye y reconstruye esa realidad haciendo transformaciones y creando conexiones alrededor de las experiencias vividas. Es el individuo quien decide qué y cómo aprender; el aprendizaje entonces es sobre todo una elección libre.
El contexto definido y determinado por las relaciones e interacciones con otros e incluso con el entorno, materiales, colores, luz y sonidos- determina las posibilidades y cualidades de los procesos de aprendizaje que cada individuo escoge producir dentro del contexto y gracias al contexto.
Esta pluralidad sensorial también señala las pequeñas diferencias y esa es otra lección del arte. En el acercamiento a una expresión o lenguaje artístico tratamos de observar más de cerca, a tomar en cuenta toda imagen, sonido, textura, aquí cada detalle es importante. Subrayamos a los niños que solemos fijar nuestra mirada en lo más evidente pero que las artes suelen utilizar muchos subtítulos (Uhrmacher & Matthews, 2005).
Commentaires